Hubo un tiempo en que el hombre se desplazaba de forma activa de un lugar a otro, desempeñaba trabajos físicos y recurría a formas de ocio y recreación que eran también activas y dinámicas. Hubo un tiempo en que nuestra dieta se componía de alimentos naturales combinados de tal manera que suministraba los nutrientes necesarios en las proporciones adecuadas. Hubo un tiempo en que el apetito era el mecanismo natural de regulación del balance energético, es decir, del equilibrio entre las calorías que proporcionamos a nuestro cuerpo a través de la dieta y las que este consume a lo largo del día.
Sin embargo, los actuales estilos de vida se alejan con frecuencia de estas prácticas siendo habitual desplazarse en coche hasta la misma puerta de los centros de trabajo, escuelas o supermercados. Además, cada vez son más los trabajos que se desarrollan sentados ante pantallas, como ante pantallas trascurre también, en muchos casos, el ocio y la recreación de nuestros niños y jóvenes.
Al mismo tiempo, desde hace décadas, proliferan en nuestras neveras y despensas multitud de nuevos alimentos, en muchos casos ultra procesados, que proporcionan cantidades ingentes de calorías cuya combustión requeriría innumerables horas de actividad física.
Por otro lado, la industria añade a estos nuevos alimentos sustancias diversas que los dotan de sabores, olores y texturas tan intensos que consiguen que nuestro cerebro los demande aun estando suficientemente abastecidos de energía, por lo que el mecanismo del apetito deja de ser eficaz en la regulación del balance energético.
Esta explosiva combinación de dieta hiper calórica y nutricionalmente desequilibrada, distorsión de la sensación de apetito y sedentarismo es la responsable de los datos que revelan que trastornos como el sobrepeso, la diabetes o la depresión, no sólo han aumentado exponencialmente entre la población adulta sino que afecta, cada vez con más frecuencia, a la población infantil y juvenil.
La Organización Mundial de la Salud incorpora entre las recomendaciones ofrecidas en la pirámide de la salud que publica de manera periódica, no sólo la priorización de los alimentos naturales de origen vegetal sobre todos los demás, sino también la práctica de una hora diaria de actividad física. Además, recomienda controlar el balance energético y utilizar técnicas culinarias saludables.
En virtud de lo que el científico Hans Seyle convino en llamar Síndrome General de Adaptación, nuestro cuerpo tiene la capacidad de desarrollar respuestas adaptativas ante cualquier circunstancia capaz de alterar su equilibrio interno. Sabiendo esto, nosotros podemos alterar de manera premeditada, programada y sistemática el equilibrio interno de nuestro cuerpo a través del ejercicio físico para obligarle a desarrollar respuestas adaptativas que nos sean favorables. De esta manera, podemos conseguir adaptaciones que mejoran nuestro metabolismo energético, aumentan el tamaño y elasticidad de nuestras cavidades cardiacas, disminuyen nuestra frecuencia cardiaca en reposo, disminuyen nuestra presión arterial… en definitiva, disminuyen el riesgo de multitud de enfermedades, especialmente metabólicas. (como la diabetes) y cardiovasculares, pero también trastornos emocionales como la ansiedad o la depresión.
El progreso y la tecnología han permitido al hombre ir conquistando uno de los bienes más preciados, el tiempo. Tengamos la lucidez de no utilizarlos en nuestra contra; recuperemos los traslados activos a las escuelas, supermercados y centros de trabajo; volvamos a la dieta mediterránea; utilicemos con moderación los potenciadores del sabor como la sal y el azúcar para que sea el apetito y no la adicción quien nos demande la cantidad de alimento que necesitamos y recurramos a la actividad física y deportiva como principal fuente de ocio y recreación.